Cuando hablamos de sistema, nos referimos al sistema capitalista neo-liberal y todas sus expresiones globalizadas que, querámoslo o no, se ha constituido en una realidad que ha definido y define los estilos de vida de las sociedades en la parte occidental del planeta y con miras a hacerlo extensivo en todo el globo.
El sistema capitalista neoliberal dinamizado por una tecnología muy avanzada y, con una visión centrada en el mercado y en el capital, donde el instinto y la voluntad de poder son los dínamos de su existir, entre otras cosas:
- promueve una cultura de mercado y de consumo plenos, un estilo de vida mucho más fruitivo y lleno de grandes posibilidades de una vida de pleno empleo y disfrute de los recursos. Desde una perspectiva psicológica freudiana, el sistema invita a hacer mucho más énfasis en el principio de placer sin confrontarlo dialécticamente con el principio de realidad.
- suscita una visión de hombre ejecutivo, interesado en los negocios, más comprometido con la empresa, con la industria, con la producción, muy tecnócrata. También, suscita, un hombre anti-ecológico, consumista y, en el extremo, un hombre como objeto mercable. Sin embargo, como no todos los hombres están embarcados en lo mismo, desde el reverso, desde la resistencia, este mismo sistema, hace posible también un hombre más humano, más ecológico,
más fraterno y solidario, buscador de la Verdad y luchador por la justicia, un hombre con un espíritu más intercultural, más crítico y propositivo a favor de la Vida.
Pero no se puede perder de vista el que el sistema explícitamente promueve la evolución de un hombre, como diría H. Marcuse, “unidimensional”[6], un ser humano desconocido para sí mismo como sujeto de acción y de derechos puesto que la globalización que no es sino estratégica masificación enmascarada, termina invisibilizándolo o excluyéndolo.
En un mundo administrado el hombre corre el riesgo de administrarse a sí mismo como cosa. En palabras de H. U. von Balthasar, “estamos en la era de la acción: el ser humano no sólo administra su mundo, sino que se administra a sí mismo y hace de sí lo que quiere.”[7] Y en ese hacer “de sí lo que quiere” corre el riego de ganarse o de perderse como ser humano.
Se trata pues, de un sistema que va de la mano de un antropocentrismo que considera al hombre como el centro de todo y desde el cual se quiere explicar todo; un sistema que mediado por el capital y la tecnología, enfrenta al hombre contra el hombre y al hombre contra la naturaleza; un sistema cuyos estilos de vida, por una parte, dejan en entredicho o al servicio del mercado al hombre y; por otra parte, amenazan con la destrucción de la naturaleza.
Este sistema, además de la tecnología y el antropocentrismo, tiene también como instrumentos al Estado y a las instituciones educativas y sus currículos. En este contexto, también la Universidad ha sido involucrada directa o indirectamente como mediadora de los procesos de producción, ya sea como realizadora de investigaciones para el mercado y la industria o como modeladora de individuos-tuerca del sistema.
Querámoslo o no, aún sabiendo lo genial que es el ser humano, la cultura y la civilización mercadológica y tecnológica modernas centradas en un antropocentrismo sólo han hecho posible la crisis del hombre y la crisis de la naturaleza, que se corresponden con una crisis cultural. Asistimos, pues, a una triple crisis: la antropológica, la ecológica y la cultural.
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